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Artículo en Zero Grados de Canto al Tirano

Canto al tirano: lo que el régimen franquista no pudo silenciar.

El 20 de noviembre de 1975, Jaime Muniesa Monzón (1936, Alcañiz), trompetista de oficio, se disponía a tocar en una bar bilbaíno con su banda de jazz. Ensayarían, darían dos o tres conciertos y, con lo ganado, cargaría la trompeta al hombro rumbo al siguiente destino. Pero ni esa noche ni las que vendrían después sonó acorde alguno; Jaime, el que fuera miembro de las Juventudes Libertarias, la CNT y exiliado a Francia, terminó aquel jueves descorchando un Freixenet con su hija de catorce años y un policía franquista que, entusiasmado, le anunció en primicia: “¡Ha muerto el gorila!”.

Francisco Franco Bahamonde murió la madrugada de un frío jueves de otoño a los 82 años, no sin antes firmar la última sentencia de muerte medio mes antes de que la enfermedad empezara a roerle las entrañas de forma manifiesta. En ella, condenaba a abandonar este mundo a José Humberto Baena Alonso -24 años-, José Luis Sánchez-Bravo Solla —22 años—, Ramón García Sanz —27 años—, Juan Paredes Manot ‘Txiki’ —21 años— y Ángel Otaegui—33 años—, desoyendo el clamor de Europa y hasta del mismísimo Vaticano.

“El Papa pidió tres veces clemencia”, titulaba La Vanguardia en un fragmento de una de las páginas de suedición del 28 de septiembre. La Unión Europea Demócrata Cristiana hizo un llamamiento a las autoridades españolas. Alemania Federal, Gran Bretaña, Dinamarca, Holanda y Noruega contactaron con urgencia con sus embajadores en Madrid. Pero nada torció el semblante del caudillo al escribir el destino de estos cinco jóvenes, miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), los tres primeros, y de la ETA Político-Militar, los dos últimos.

Mientras, la noche del 27 de septiembre, Jaime Muniesa y su amigo Javier Loriente Mosteo armaban una barrera y agitaban pancartas con un grupo de españoles y franceses en Bedous—pueblo en el que vivía Jaime en esos momentos, situado en la carretera que comunica Francia con España hacia el Somport—, en protesta contra este último crimen franquista. Fue allí, ese día y en esas circunstancias, cuando ambos sintieron el impulso de escribir contra el régimen, convirtiendo su rabia en un puñado de apuntes críticos y mordaces que más tarde quedarían olvidados entre las cosas de Jaime, después de que Javier sufriera un grave accidente.

Exactamente 41 años más tarde, el 27 de septiembre de 2016, ese puñado de apuntes se convirtieron en protagonistas de Canto al tirano y otros poemas (colección Somnus, ed. Estrellas Fugaces, 2016), tras la revisión, corrección y ampliación de Jaime una vez rescatados del olvido a comienzos de los 2000. “No estaba planeado, fue una coincidencia que el libro saliera de imprenta el día del aniversario de los fusilamientos, créeme”, afirma Jaime Muniesa, mientras uno de sus editores, Jaime Montañés, da constancia de que no miente: “Debería haber estado listo antes; la presentación fue el 28. Cosas del destino, aunque parezcan prisas de última hora”, ríe.

Un desgarro poético

La memoria del tiempo y de la edad

a través del viento y del recuerdo

es un registro implacable

y allí permanece con sangre escrita

una historia de sórdidos deshechos

acumulados en un grito

Canto al tirano y otros poemas se compone de dos partes diferenciadas ya en el título de la obra: 25 páginas de versos que recorren la deshumanización y la mordaza que supuso el régimen franquista para quienes tenían ansia por abrazar la vida en su más plena libertad, en un trayecto poético que va desde la calma más incisiva hasta el alarido más certero. A ellos se suman 22 poemas más que suponen un mirador hacia la existencia desde el sentir y la experiencia de Jaime como “viajero incansable y constante escritor”, tal y como le definen sus editores.

En tus ojos de cristal

fijé por enésima vez la mirada

y comprendí que allí

nacía la ira del mundo

El caudillo, que salpica las estrofas nombrado en sus múltiples formas bestiarias y cruentas —“vampiro”, “monstruo”, “verdugo”, “abominable”, etc.—, es el destinatario de esta primera parte del poemario, el Canto al tirano, como si una película de género dramático a la par que terrorífico, que Jaime Muniesa y el recuerdo de Javier Loriente proyectan, pasara ante sus “ojos de cristal”, impasible en su butaca, “mientras nacíamos y moríamos / ante tu impertérrita presencia”.

Por el camino, en esa película esperpéntica y cruda que pasa también ante los ojos de quien lee,encontramos vidas sembradas de carencia. Algunas en el sentido más literal de la palabra muerte, como el padre de Javier Loriente, a quien él dedica el Canto: “A la memoria de mi padre, prisionero republicano que murió fortificando el Pirineo”—y acabó en una fosa tras ser abatido—.

Hay recuerdos de gargantas cercenadas

cuando eran tallos en flor

que no emitieron el gorjeo de la vida,

que no pudieron echar raíces,

que no vivieron nueva primavera

que los madurara

Otras, en el sentido figurado de esa muerte —intelectual, emocional, afectiva, ideológica—que, a veces, fue más carente de vida que la propia muerte.

La gran privación fue la vida

la vida, la vida, la vida

hasta hacerla inexistente y huésped

Jaime podría ser de los segundos, de los que habrían terminado siendo unos huesos más de tantos en el fondo de una zanja aún sin investigar si el Canto al tirano hubiera visto la luz bajo el mismo sol que miraba Franco. “La verdad es que no fui de los que más sufrí, en mi familia no hubo fusiladores ni fusilados”, cuenta el autor. “Mis padres eran republicanos y jamás tuvimos esa enseñanza religiosa común, nunca nos impusieron las reglas de la Iglesia ni del régimen”, recuerda con el alivio que no tuvieron quienes también vivieron aquella guerra dentro de su propia familia. “Por suerte no fuimos pobres y no conocimos el hambre”.

Siempre muy activista en la política, Jaime Muniesa fue miembro de las Juventudes Libertarias en Barcelona desde los 19 años. Después estuvo en la cárcel de Teruel por tenencia ilícita y por actos subversivos, “con la correspondiente ración de hostias, para que aprendieras quién mandaba”, añade, y al salir de prisión le llevaron al ejército. Acabada la formación militar recaló de nuevo en Barcelona, donde trabajó en el Banco de la Propiedad y retomó el contacto con las Juventudes Libertarias. A los 23 se marchó a Francia, exiliado político, aunque también movido por su gran aspiración de estudiar trompeta. Allí entró a formar parte activa de la CNT, con carnet del exilio.

Uno de los actos subversivos que más recuerda es el mayo francés, el mayo del 68: “Fue una participación más o menos gloriosa porque conseguimos poner una bandera negra en el Ayuntamiento de Toulouse.Pensábamos que ya estaba, que habíamos vencido, pero no fue así. La gente volvió a su confort burgués siguiendo el tópico de que más vale malo conocido que bueno por conocer”, recuerda con nostalgia y un deje triste al evocar esas pequeñas victorias rebeldes que no culminaron.

Las fronteras del abismo

fueron desbordadas

por el caudal contenido

en el corazón apresado

de cada uno de nosotros

en la esperanza de que un día

nos reconoceríamos desnudos y nuevos

ante una tierra que nos vio nacer

La vida desde el mirador natural de los años

Después, todo fue recorrer mundo: El Rabat—Marruecos—, donde vivió hasta 1974; España, en la que viajó de una ciudad a otra entre 1974 y 1975 con la música como ocupación, disfrute y sustento, sin ser algo fácil vivir de ella en aquellos años; y Francia, donde vivió desde 1975 hasta 1982. España fue de nuevo su lugar de residencia tras regresar del país galo que ya le había acogido una vez y que lo hizo definitivamente en el año 2000, fecha en la que “se jubiló” y dejó la música como profesión. “Ya era suficiente andadura”, afirma recordando aquellos años anteriores al cambio de siglo cuando, aun con su hogar en España, visitó Finlandia, Dinamarca, Suecia, Alemania, Suiza, Cuba, México y otros tantos rincones del mundo.

“La poesía, la escritura en general, arranca de hechos, y siempre ha habido países con sucesos y circunstancias históricamente más potentes desde los que escribir, estados sociales diferentes. La mejor literatura rusa, por ejemplo, se escribió bajo la represión zarista: Dostoievski, Tolstoi, Gógol, etc. En Sudamérica también existe un contexto social diferente y muy arraigado. La escritura más potente está desencadenada por los conflictos sociales y políticos”, reflexiona Jaime Muniesa al hablar del régimen franquista como detonante de esa primera parte del libro. “Pero no todo van a ser conflictos, el pensamiento también surge de la contemplación y del pensamiento nace la escritura, a raíz de un paisaje, una imagen, una experiencia sensorial”, afirma en lo relativo a gran parte de sus poemas enmarcados en esta segunda parte.

“Vuelan mis dieciocho años/ por los cielos de tus ramblas,/ con el pantalón planchado,/ bajo el colchón de la cama.”, le escribe a la Barcelona de su juventud. “Sale la Luna por el mar de Lagos,/ dueña de la noche y de los sueños,/ trazando en el agua surcos de plata”, desde esta localidad granadina. Y así sus versos continúan recorriendo el papel pasando por la tarde nevada de Eysus—Francia—, las noches largas de Marruecos que suenan a aullidos caninos, el invierno en Zaragoza o la añoranza en Helsinki. Paisajes y contemplaciones que se mezclan con personas que ya habitan este mundo pero sí el de su recuerdo: su hermano y su hermana, amigos, la madre de su compañero Javier Loriente, Isabel Mosteo, o el mismísimo Federico García Lorca, asesinado y abandonado su cuerpo en paradero aún desconocido, evocado por Jaime en forma de romance en un brillante y estremecedor homenaje.

La sangre joven se escapa

por siete venas abiertas;

rojo reguero de ensueños

bebido por la cuneta

Y no les falta lugar entre estos otros poemas a los versos reflexivos sobre la esperanza, la reivindicación, y el pensamiento crítico. “Hoy, viejo y desengañado/ pienso que la revolución social/ no engendra más que sus propios valores,/igual que la gaseosa, la sidra o el champán”, escribe con desaliento en Cansancio (Eysus, 2013), con ese sabor amargo de todas las revoluciones, como la del 68, que no pudieron culminar, que fueron eso para él: efervescencia y explosión que volvieron a su cauce.

—El capitalismo es inteligente y el vehículo que mueve todo es el dinero. Es como si tú juegas al póker con 20 euros encima contra otra persona que lleva 2000.Quizá me ganes dos o tres partidas pero al final, cuando más ilusiones tengas, perderás y ya no podrás continuar. — ejemplifica Jaime, cayendo un poco más en el desánimo.

—Pero no podría rendirme desde el principio y renunciar a jugarlas—, le contradice uno de sus editores, Jaime Montañés (1994), estudiante de Filosofía y poeta.

—Por eso, aunque parezca tan pesimista, albergo un poco de esperanza. Vosotros sois esa llamita, aunque los altos estamentos capitalistas os lo pongan muy duro. — afirma aludiendo a los versos de su poema Espejismo a los 75: “Una llamita muy modesta,/ pero pertinaz y muy constante;/creadora de dulces quimeras […]”.Hoy, con dos obras literarias publicadas —Canto al tirano y otros poemas(Estrellas Fugaces, 2016) y el conjunto de relatos Al filo del pensamiento (Egido Editorial, 2007)— y una ingente cantidad de conciertos a sus espaldas en territorio nacional e internacional, Jaime Muniesa, que actualmente reside en Eysus, ha llegado a los 80 años satisfecho de lo vivido: “No me puedo quejar, no tomo ningún medicamento y tengo mi dentadura entera”, presume mientras apura su cerveza.“Toda nuestra vida/ fue una gran desposesión”, versa en Canto al tirano sobre los años que su generación pasó a la sombra del régimen. Por eso, ha dedicado el resto de esos años a poseerla de nuevo, sin por ello olvidar aquella negra etapa de la Historia de España que ahora clama desde el papel con rabia.

http://www.zgrados.com/canto-al-tirano-lo-regimen-franquista-no-pudo-silenciar/


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